viernes, 13 de febrero de 2009

Nuestros padres, aburridos de tolerarnos todo el año, nos mandaban, durante las vacaciones, al campo con unos tíos que constituian con sus respectivas familias un "pueblito". A la vera del camino tenían sus comercios. Mi tío Raúl era el carnicero de la zona, ahí nos alojábamos mi hermano y yo. Enfrente lucía el cartel de "Ramos Generales" de mi tío Atilio. Disfrutábamos mucho de realizar tareas de campo matizadas, claro, con las bromas de los primos a propósito de nuestra ignorancia en los temas agrarios. Con los jóvenes manteníamos ciertas prevenciones pero la confianza que nos inspiraban los adultos dio pie a la siguiente anécdota:

Colgada en la pared de la cocina había una escopeta que era mi centro de interés ya que nunca había disparado un arma. Era de los llamados "Montecristo" de un calibre muy pequeño y según mi tío no tenía balas. Enterado de que Atilio las vendía pedí a Raúl que comprara algunas y me enseñara a tirar. Me dió un peso de la época (unos marrones que seguramente solo yo recuerdo) y aunque me pareció muy poco crucé hasta la almacén muy entusiasmado. El comercio de "ramos generales" era tan amplio que incluía un bar donde algunos vecinos de la zona tomaban su grappa con limón aperitiva.
Comprendiendo "en el aire" la broma ideada por Raúl, Atilio puso en la balanza un papel de estraza (de los que se usaban para envolver azúcar o yerba) y con un cucharón iba dejando caer las balas mientras prestaba una atencion desmedida a la operación. Creo recordar alguna risita de los parroquianos pero como dije anteriormente, confiábamos ciegamente en los adultos.
Debo reconocer muy avergonzado que ya muy entrada mi edad adulta añoraba "aquella época" en que las balas eran tan baratas que se vendían al peso.