VI.-
Aún en un pueblo al santo Pepe podían suceder cosas que mostraran la naturaleza humana en su aspecto más miserable: esa exacerbación desesperada del instinto de conservación llamada ambición.
Hay en Sto. Pepe una plaza central que vista superficialmente no difiere de tantas otras plazas de otros tantos pueblos. Sentiríamos indiferencia por sus bancos, sus árboles, sus palomas... O no, si hubiéramos crecido trepando a los leones de su monumento, si hubiéramos sentido el amor por primera vez caminando por sus veredas o si sentados en alguno de sus bancos un amigo nos hubiera consolado de nuestra primera desilusión.
Lugar de descanso de quienes trabajaban en su proximidad, ofrecía su frescura y tranquilidad durante las horas más difíciles del día.
Sin embargo, allí estaba sentado alguien que no disfrutaba de esos dones. Su mente enfermiza estaba ocupada en envidiar lo que sus ojos recorrían con odio: un moderno edificio emplazado en una esquina frente a la plaza donde un lujoso cartel rezaba: “SASTRERÍA”...
En este momento salen por su puerta algunas operarias a comer. Van charlando y dejan oír algunas risas. Con ellas va un jovencito de unos trece años, víctima inocente de las consabidas bromas de las muchachas.
Al llegar a la plaza, el niño se sobresaltó pues reconoció en el hombre sentado a su padrastro. Este lo llamó y le recordó el encargue en que lo había instruido la noche anterior. El niño, visiblemente turbado, le entregó una llave de la que el siniestro personaje imprimió afanosamente un molde.
Hecho esto lo miró amenazante y le devolvió la llave mientras le siseaba: ¡Ni una palabra!
Al caer la noche refrescó pues ya estaba adelantado el otoño. Sólo quedan en la plaza algunas parejas que no prestan atención a quien, cubierta su cara con una bufanda camina apresuradamente y en silencio.
Llega a la sastrería y con absoluta precisión abre la puerta, ingresa y cierra.
Lo que sigue es un nudo horrible de los que la vida de vez en cuando produce. El anciano sastre que oye ruidos en el taller, la desesperación del ladrón, la plancha enorme y pesada y el cuerpo de un ser humano hasta ahora dulce y amable yaciendo con el cráneo destrozado en un charco de sangre.
Y aunque parezca mentira hay más: La amenaza de matar a su madre impide la denuncia del niño quien será acusado del crimen.
“Dura lex”...
Hay en santo Pepe una plaza donde juegan los niños de la escuela situada enfrente. Trepan al monumento central, persiguen a las palomas y gritan, gritan, gritan, gritan...
lunes, 10 de marzo de 2008
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4 comentarios:
"Hay en el pueblo una plaza"
Impactan las repeticiones. Es un recurso que no todos saben utilizar.
Enhorabuena, muchacho.
(Tengas la edad que tengas)
Justamente la anáfora impone la imagen del espacio, Santo Pepe; un lugar igual a tantos otros,apacible, donde seguramente nunca pasa nada.La monotonía parece romperse con el asesinato del sastre y la desgracia del niño. Lo peor es que elñ asesino queda suelto.
En mi pueblo, cuando yo era niña,(debería decir hace muchísimos años)asesinaron a Califa, un tendero que decían que era turco y que yo no sé pero debería ser depor allá. Era un hombre bueno que vendía de todo en su tienda y fiaba alos conocido anotando todo en una libretita.La gente lo quería. Alguien lo mató degollándolo para robarle.Imaginate lo que fue aquello en un pueblo tan apacible como San Pepe. Califa tenía la tienda y vivía también enfrente a la plaza.
Esperamos tu receta,está abierto el concurso. Un abrazo.
Hola, Juan. Estuve ausente una semana y llego y encuentro tres post nuevos!!! Qué prolífico. Estás en plena ebullición creativa. Buen cuento. LIndo para seguir las historias de ese pueblo, que seguramente estará habitado por más personajes que nos harán pensar. Ahora...eso de que la ambición es una atrofia del instinto de conservación, no me cierra del todo, más bien me parece que es un hiperdesarrollo del instinto, como si fuera un cáncer que no para de hacer crecer un tejido, en detrimento de su naturaleza. Sigo leyendo para arriba.
Tenes razón Rossana, en realidad eso quise decir, tú lo expresaste mejor. Veré si me dan las bolas para corregirlo.
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