“ PAT’ANCHA”
En los pueblos pequeños las características de los personajes resultan más nítidas. Tal vez porque hay menos lugares donde esconderse.
Esto no significa que respondan directamente a la realidad, ya hemos visto que se magnifican o disminuyen en aras de algún efecto “artístico”.
Salido de alguna milonga de Borges, destacaba en el barrio “industrial” de San Pepe un malevo malencarado y maloliente a quien apodaban “pat’ancha”.
Derivaba este nombre del mito de su inamovilidad:- “Nadie lo puede voltear”. Por las dudas, nadie se arriesgaba. Eran demasiadas y muy terribles las hazañas que de él se contaban.
Del otro lado del pueblo y con opuesta actitud frente a la vida, dos hermanos ensayan canciones folclóricas, esmerándose el uno en la ejecución de la guitarra y el otro en encontrar segundas voces originales.
Aunque realizaban a la perfección este arte, en Santo Pepe no se puede vivir de algo que todo el mundo considera “divertido”. Por lo tanto, ambos tuvieron que utilizar muchas horas de sus días en trabajar “en serio”.
Quiso la suerte que el guitarrista consiguiera un puesto en la jefatura de policía. Mientras estuvo dedicado a tareas administrativas su desempeño fue correcto y aburrido. Esto cambiaría con la ascensión de un nuevo jefe de policía.
El sujeto, quien odiaba (envidiaba, no se permitía admirar) al guitarrista, lo obligó a utilizar el uniforme y como primera tarea en su nueva función le ordenó (nada menos) arrestar a “pat’ancha”.
La escena que sigue me fue contada por el propio “damnificado” y no tiene desperdicio:
-“Yo no sabía si el calor y “sofoco” me venía de la propia temperatura ambiental, del uniforme que me quedaba grande (a esa altura, la gorra me tapaba los ojos) o del “cagazo”. Lo cierto fue que sacando fuerzas de flaqueza, me apersoné al individuo quien jugando billar y por tanto con un taco en sus manos me miró de abajo abajo (no soy muy alto) y con un espantoso vozarrón dijo: ¿qué pasa? En ese momento se me terminó la poca energía que tenía y con voz temblorosa me salió algo así: Sr. Pat’ancha, manda decir el comisario que cuando pueda, sin ningún apuro, se dé una vueltita por allá.
La carcajada de pat’ancha me acompañó hasta la jefatura y mientras renunciaba y aún hoy la oigo.”
lunes, 31 de marzo de 2008
domingo, 23 de marzo de 2008
Anécdotas de un pueblo (dedicado) al santo Pepe
1950 (II)
Para los leones del monumento y algún público que se incrementaba en razón directa a la temperatura reinante, ejecutaba su concierto la banda de santo Pepe.
Estratégicamente ubicada espacial y temporalmente, aprovechaba la salida de misa de los fieles en una mañana de domingo que solía ser esplendorosa (o yo era muy joven).
Dirigía la banda un viejo inmigrante italiano cuya profesión original no era ciertamente la música pero que se adaptó a las carencias del momento con gran “cintura”.
Alto, delgado, un poco desgarbado y siempre con una bufanda al cuello, declaraba honestamente no haber aprendido muy bien el castellano y estar olvidando el italiano.
Formada en su totalidad por aficionados, la banda ensayaba una vez por semana y aunque todos daban lo mejor de sí, los resultados no estaban a la altura de su entusiasmo.
De la infinidad de anécdotas que generó esta situación quiero referir la actitud del director durante los conciertos. Por lo graciosa y porque pudiera servir para que algún directorzuelo académico redujera su ego a límites tolerables.
Luego de reclamar silencio mediante palmadas y algún que otro grito, el director esgrimía cualquier objeto (yo presencié el uso de un periódico) a modo de batuta y daba la entrada. Ya no dirigía más… se limitaba a mirar acusadoramente a quien se equivocaba, paseaba en derredor para tener una perspectiva más clara y si todo iba “bien”, se abría camino entre el público y recostado al monumento “armaba” un cigarrillo con toda tranquilidad. Pero (y esto se notaba claramente por sobreactuado) con el oído muy atento.-
Para los leones del monumento y algún público que se incrementaba en razón directa a la temperatura reinante, ejecutaba su concierto la banda de santo Pepe.
Estratégicamente ubicada espacial y temporalmente, aprovechaba la salida de misa de los fieles en una mañana de domingo que solía ser esplendorosa (o yo era muy joven).
Dirigía la banda un viejo inmigrante italiano cuya profesión original no era ciertamente la música pero que se adaptó a las carencias del momento con gran “cintura”.
Alto, delgado, un poco desgarbado y siempre con una bufanda al cuello, declaraba honestamente no haber aprendido muy bien el castellano y estar olvidando el italiano.
Formada en su totalidad por aficionados, la banda ensayaba una vez por semana y aunque todos daban lo mejor de sí, los resultados no estaban a la altura de su entusiasmo.
De la infinidad de anécdotas que generó esta situación quiero referir la actitud del director durante los conciertos. Por lo graciosa y porque pudiera servir para que algún directorzuelo académico redujera su ego a límites tolerables.
Luego de reclamar silencio mediante palmadas y algún que otro grito, el director esgrimía cualquier objeto (yo presencié el uso de un periódico) a modo de batuta y daba la entrada. Ya no dirigía más… se limitaba a mirar acusadoramente a quien se equivocaba, paseaba en derredor para tener una perspectiva más clara y si todo iba “bien”, se abría camino entre el público y recostado al monumento “armaba” un cigarrillo con toda tranquilidad. Pero (y esto se notaba claramente por sobreactuado) con el oído muy atento.-
jueves, 20 de marzo de 2008
Efímera
Su existencia, resultado de un milagro de amor, implicaba su propia gloria futura. Lo creía firmemente, solo había que esperar.
Pasaron algunos meses durante los cuales una persistente modorra le permitía apenas pensar muy lentamente. En ese ritmo no cabían las ilusiones, por suerte tampoco la desesperanza.
Al fin, luego de un caluroso día, sintió un sacudón de energía y observó que los jugos que la rodeaban, esos mismos que llegara a despreciar, comenzaban a transformarse. Poco a poco surgían brillantes y hermosas alas y en su interior se desarrollaba la organización mágica de todo su ser… ¡Era cierto! ¡Nacería!
En medio de una explosión de dicha, surgió de la superficie y sin poder creerlo, embriagada de felicidad y de asombro… ¡Voló!...
Disfrutaba de la mágica frescura del aire, del inefable brillo de las estrellas y de la poderosa luna rielando en el lago cuando sintió toda la razón de su existir concentrada en una atracción-olor, aunque desconocida, inconfundible y perentoria.
Voló hacia quien lo causaba encontrando al amor y a su destino-felicidad.
Todavía extasiada, comprendió que debía apresurarse para cumplir el último paso… Encontró por fin el lugar adecuado y poniendo en ello todo su ser, ovuló.
Ahora ya podía morir en paz.
Pasaron algunos meses durante los cuales una persistente modorra le permitía apenas pensar muy lentamente. En ese ritmo no cabían las ilusiones, por suerte tampoco la desesperanza.
Al fin, luego de un caluroso día, sintió un sacudón de energía y observó que los jugos que la rodeaban, esos mismos que llegara a despreciar, comenzaban a transformarse. Poco a poco surgían brillantes y hermosas alas y en su interior se desarrollaba la organización mágica de todo su ser… ¡Era cierto! ¡Nacería!
En medio de una explosión de dicha, surgió de la superficie y sin poder creerlo, embriagada de felicidad y de asombro… ¡Voló!...
Disfrutaba de la mágica frescura del aire, del inefable brillo de las estrellas y de la poderosa luna rielando en el lago cuando sintió toda la razón de su existir concentrada en una atracción-olor, aunque desconocida, inconfundible y perentoria.
Voló hacia quien lo causaba encontrando al amor y a su destino-felicidad.
Todavía extasiada, comprendió que debía apresurarse para cumplir el último paso… Encontró por fin el lugar adecuado y poniendo en ello todo su ser, ovuló.
Ahora ya podía morir en paz.
Anécdotas de un pueblo (dedicado)al santo Pepe
PRE-EFÍMERA.-
En medio de la oscuridad, la luz del farol, lejos de conjurar los miedos, los exacerbaba. Ponía siniestras sombras en los rostros hasta hacía poco rato conocidos y en las anfractuosidades de los médanos.
Cuando por fin nos ubicamos en el lugar elegido para pescar, comenzó a llegar una avalancha de mariposas blancas que se estrellaban contra el farol quemándose en una muerte horrible.
“Se llaman efímeras” dijo indiferente el viejo Rojas, “salen del agua”…
Estando yo acostumbrado al deporte favorito de los adultos de Sto. Pepe, vale decir a “tomarle” el pelo a los niños, no le creí. Entonces tomó el farol y acercándose a la orilla dijo: “vení”. Nos quedamos en silencio mirando los vapores que flotaban en la sombra hasta que asombrado, me di cuenta de que de cada burbuja que estallaba en la superficie salía una entusiasta forma de vida.-
En medio de la oscuridad, la luz del farol, lejos de conjurar los miedos, los exacerbaba. Ponía siniestras sombras en los rostros hasta hacía poco rato conocidos y en las anfractuosidades de los médanos.
Cuando por fin nos ubicamos en el lugar elegido para pescar, comenzó a llegar una avalancha de mariposas blancas que se estrellaban contra el farol quemándose en una muerte horrible.
“Se llaman efímeras” dijo indiferente el viejo Rojas, “salen del agua”…
Estando yo acostumbrado al deporte favorito de los adultos de Sto. Pepe, vale decir a “tomarle” el pelo a los niños, no le creí. Entonces tomó el farol y acercándose a la orilla dijo: “vení”. Nos quedamos en silencio mirando los vapores que flotaban en la sombra hasta que asombrado, me di cuenta de que de cada burbuja que estallaba en la superficie salía una entusiasta forma de vida.-
sueño...
Sabía que estaba prohibido, pero ejercía tal fascinación en mí que a pesar de la semioscuridad salté la valla y comencé a recorrer el exterior de la carpa.
Fue como entrar en un mundo distinto donde hasta el aire consistía en otra cosa.
El intenso olor a circo me aterrorizaba aún más que los rugidos.
Objetos en desuso y deteriorados se apilaban obstaculizándome el paso.
De pronto todo mi interés se centró en un llanto infantil sumamente doloroso pero a su vez monótono y sosegado por la resignación.
Siguiéndolo me encontré con una especie de tienda adosada a la carpa mayor. De allí venían los sollozos.
Levanté con cuidado el borde de la lona y a la débil luz de una vela vi a un hombre mayor sentado en el suelo con su flaco cuerpo demacrado cubierto de pústulas, que intentaba torpemente arreglarse unas sucias vendas. Increíblemente los gemidos no provenían de él. Su actitud era casi indiferente.
Detrás pude distinguir el verdadero origen de los lamentos. Me llenó de espanto ver que provenían de un niño sonrosado y rellenito cuyo aspecto no podía ser más saludable.
Han pasado muchos años y aún me torturan las sensaciones y la incomprensión.
Fue como entrar en un mundo distinto donde hasta el aire consistía en otra cosa.
El intenso olor a circo me aterrorizaba aún más que los rugidos.
Objetos en desuso y deteriorados se apilaban obstaculizándome el paso.
De pronto todo mi interés se centró en un llanto infantil sumamente doloroso pero a su vez monótono y sosegado por la resignación.
Siguiéndolo me encontré con una especie de tienda adosada a la carpa mayor. De allí venían los sollozos.
Levanté con cuidado el borde de la lona y a la débil luz de una vela vi a un hombre mayor sentado en el suelo con su flaco cuerpo demacrado cubierto de pústulas, que intentaba torpemente arreglarse unas sucias vendas. Increíblemente los gemidos no provenían de él. Su actitud era casi indiferente.
Detrás pude distinguir el verdadero origen de los lamentos. Me llenó de espanto ver que provenían de un niño sonrosado y rellenito cuyo aspecto no podía ser más saludable.
Han pasado muchos años y aún me torturan las sensaciones y la incomprensión.
domingo, 16 de marzo de 2008
Otra América
En Gibraltar (pequeño pueblo del Estado Zulia sobre el lago de Maracaibo en Venezuela) sobrevive un pueblo africano que se reconoce mas por sus costumbres y la pasión con que las viven que por el color de su gente. Y aunque han adoptado ritos y actitudes de la iglesia católica (sospecho que por instinto de supervivencia) queda claro que en el fondo de sus trabajos, permanece incólume la fidelidad a las costumbres ancestrales, tan respetables cuanto reales. (Por lo menos no depende de los empujones de la sociedad de consumo que inventó la ambición de la colonia.)(¡Sí, me hago responsable!).
Como siempre los niños y ancianos serán los personajes de mayor interés ya que están libres del culto a los intereses ajenos…
Existe en Venezuela la honorabilísima costumbre de que los niños reclamen la bendición de sus padrinos. Y se efectiviza con frases clave: “La bendición madrina”;
-¡Dios me lo bendiga y favorezca!
Pues pasaba el ahijado (negrito desarrapado de 4 o 5 años con un baldecito en cada mano) frente a su madrina y durante horas se repetía la misma situación: dejaba el negrito sus baldes en el suelo, cruzaba sus manos en actitud religiosa y repetía con la misma entonación lo que por haber sido enseñado por sus padres era sagrado: “La bendición madrina” A lo que la aludida, negra matriarcal de más de 80 años, sin variar un ápice la entonación, sin dejar de abanicarse con parsimonial aburrimiento y demostrando una paciencia a toda prueba respondía invariablemente:
“Dios me lo bendiga y me lo favorezca”
Como siempre los niños y ancianos serán los personajes de mayor interés ya que están libres del culto a los intereses ajenos…
Existe en Venezuela la honorabilísima costumbre de que los niños reclamen la bendición de sus padrinos. Y se efectiviza con frases clave: “La bendición madrina”;
-¡Dios me lo bendiga y favorezca!
Pues pasaba el ahijado (negrito desarrapado de 4 o 5 años con un baldecito en cada mano) frente a su madrina y durante horas se repetía la misma situación: dejaba el negrito sus baldes en el suelo, cruzaba sus manos en actitud religiosa y repetía con la misma entonación lo que por haber sido enseñado por sus padres era sagrado: “La bendición madrina” A lo que la aludida, negra matriarcal de más de 80 años, sin variar un ápice la entonación, sin dejar de abanicarse con parsimonial aburrimiento y demostrando una paciencia a toda prueba respondía invariablemente:
“Dios me lo bendiga y me lo favorezca”
jueves, 13 de marzo de 2008
El campanario (es tan ton tin)
MANUSCRITO ENCONTRADO EN UN ASTEROIDE
Somos un pueblo cauto....Por eso, apenas comenzaron los signos de vida en el planeta vecino, se reunieron por primera vez en mucho tiempo los jefes del Eterno mediodía, de la eterna noche y del Eterno crepúsculo.
Se tomaron importantes medidas... En primer lugar se retrasó nuestro período de rotación de manera que ofreciéramos a los advenedizos siempre la misma cara. Luego se cubrió la misma de espesas nubes...
Cuando surgió la inteligencia en ese mundo, ya estaba todo preparado.
Mi misión como integrante de la brigada de defensa consistía en confundir todo intento de conocimiento de nuestro planeta que realizaran los extranjeros.
Me tocó recibir y tergiversar sus rayos “X” primero y luego elementales láser.
También estuve cerca cuando la brigada destruyó su primera sonda, error que se corrigió cuando una segunda ingresó en nuestra atmósfera. A ésta se le aplicaron altísimas temperaturas y otros falsos datos que sus sensores recogieron ingenuamente...
Fue en ese momento tal vez que comencé a sentir lo que mas tarde traería consecuencias tan graves.
Al ver sus máquinas rudimentarias me invadió una cierta ternura y me interesé (esta vez sin prejuicios) por sus formas de vida, por sus reacciones frente a su medio y sobre todo por saber como habían sobrevivido a la auto destrucción (ya que jamás desarrollaron el desmemorizador y persistía en ellos el instinto de conservación transformado en ambiciones casi siempre desmedidas).
Fue naciendo en mí un gran cariño por una raza que contra todos los pronósticos seguía luchando con entusiasmo.
Distinguí los dos tipos fundamentales en que se dividían y hasta tomé partido por uno de ellos: los que demostraban mayor sensatez y una clara visión de su lugar en el cosmos.
Pensé que merecían nuestra ayuda y con gran esfuerzo logré colectar las voluntades que me permitirían convocar al Gran Consejo.
Estamos esperando su decisión.
Sé que pueden negarse a satisfacer mi petición e inmediatamente decretar mi desinteligencia.Por eso he decidido dejar este testimonio de que yo y muchos otros habitantes de este mundo intentamos relacionarnos con el tercer planeta de nuestra estrella madre y con los “seres humanos”, como se llaman a si mismos sus pobladores.
Somos un pueblo cauto....Por eso, apenas comenzaron los signos de vida en el planeta vecino, se reunieron por primera vez en mucho tiempo los jefes del Eterno mediodía, de la eterna noche y del Eterno crepúsculo.
Se tomaron importantes medidas... En primer lugar se retrasó nuestro período de rotación de manera que ofreciéramos a los advenedizos siempre la misma cara. Luego se cubrió la misma de espesas nubes...
Cuando surgió la inteligencia en ese mundo, ya estaba todo preparado.
Mi misión como integrante de la brigada de defensa consistía en confundir todo intento de conocimiento de nuestro planeta que realizaran los extranjeros.
Me tocó recibir y tergiversar sus rayos “X” primero y luego elementales láser.
También estuve cerca cuando la brigada destruyó su primera sonda, error que se corrigió cuando una segunda ingresó en nuestra atmósfera. A ésta se le aplicaron altísimas temperaturas y otros falsos datos que sus sensores recogieron ingenuamente...
Fue en ese momento tal vez que comencé a sentir lo que mas tarde traería consecuencias tan graves.
Al ver sus máquinas rudimentarias me invadió una cierta ternura y me interesé (esta vez sin prejuicios) por sus formas de vida, por sus reacciones frente a su medio y sobre todo por saber como habían sobrevivido a la auto destrucción (ya que jamás desarrollaron el desmemorizador y persistía en ellos el instinto de conservación transformado en ambiciones casi siempre desmedidas).
Fue naciendo en mí un gran cariño por una raza que contra todos los pronósticos seguía luchando con entusiasmo.
Distinguí los dos tipos fundamentales en que se dividían y hasta tomé partido por uno de ellos: los que demostraban mayor sensatez y una clara visión de su lugar en el cosmos.
Pensé que merecían nuestra ayuda y con gran esfuerzo logré colectar las voluntades que me permitirían convocar al Gran Consejo.
Estamos esperando su decisión.
Sé que pueden negarse a satisfacer mi petición e inmediatamente decretar mi desinteligencia.Por eso he decidido dejar este testimonio de que yo y muchos otros habitantes de este mundo intentamos relacionarnos con el tercer planeta de nuestra estrella madre y con los “seres humanos”, como se llaman a si mismos sus pobladores.
Anécdotas de un pueblo (dedicado) al santo Pepe
VIII (para Claudio)
Cuando era yo muy chico, vivía a la vuelta de mi casa un señor muy flaco y desgarbado de quien solo recuerdo el apellido: Mendoza. Y lo recuerdo pues mi ingenuidad infantil lo había transformado en “baldosa”, y esto me resultaba muy gracioso. Pero era negro y trompetista, condiciones estas sumamente exóticas para un niño de cinco años…
Hasta aquí llegan los datos que mi memoria conserva como “normales”…
En “Santo pepe” existía la costumbre de preparar los hechos mágicos en connivencia con la naturaleza. Ahora sé que era una técnica muy elaborada. Sin embargo los pepianos disimulaban aparentando indiferencia.
Durante los meses cálidos, a la hora en que cae el sol, comenzaban a sacar sillas a la vereda para recibir la primera brisa fresca que traería la noche.
Las voces disminuían su intensidad y aún su significado, trasformándose en caricias sonoras.
Los ruidos agresivos de la ciudad daban paso a sonidos amables y entonces comenzaba el milagro: Una a una asomaban las estrellas y cuando ya parecía que el prodigio estaba realizado, en el aire nocturno se escuchaba el timbre azul y asombroso de la trompeta de Mendoza.
Cuando era yo muy chico, vivía a la vuelta de mi casa un señor muy flaco y desgarbado de quien solo recuerdo el apellido: Mendoza. Y lo recuerdo pues mi ingenuidad infantil lo había transformado en “baldosa”, y esto me resultaba muy gracioso. Pero era negro y trompetista, condiciones estas sumamente exóticas para un niño de cinco años…
Hasta aquí llegan los datos que mi memoria conserva como “normales”…
En “Santo pepe” existía la costumbre de preparar los hechos mágicos en connivencia con la naturaleza. Ahora sé que era una técnica muy elaborada. Sin embargo los pepianos disimulaban aparentando indiferencia.
Durante los meses cálidos, a la hora en que cae el sol, comenzaban a sacar sillas a la vereda para recibir la primera brisa fresca que traería la noche.
Las voces disminuían su intensidad y aún su significado, trasformándose en caricias sonoras.
Los ruidos agresivos de la ciudad daban paso a sonidos amables y entonces comenzaba el milagro: Una a una asomaban las estrellas y cuando ya parecía que el prodigio estaba realizado, en el aire nocturno se escuchaba el timbre azul y asombroso de la trompeta de Mendoza.
lunes, 10 de marzo de 2008
Anécdotas de un pueblo (dedicado) al santo Pepe VI.-
VI.-
Aún en un pueblo al santo Pepe podían suceder cosas que mostraran la naturaleza humana en su aspecto más miserable: esa exacerbación desesperada del instinto de conservación llamada ambición.
Hay en Sto. Pepe una plaza central que vista superficialmente no difiere de tantas otras plazas de otros tantos pueblos. Sentiríamos indiferencia por sus bancos, sus árboles, sus palomas... O no, si hubiéramos crecido trepando a los leones de su monumento, si hubiéramos sentido el amor por primera vez caminando por sus veredas o si sentados en alguno de sus bancos un amigo nos hubiera consolado de nuestra primera desilusión.
Lugar de descanso de quienes trabajaban en su proximidad, ofrecía su frescura y tranquilidad durante las horas más difíciles del día.
Sin embargo, allí estaba sentado alguien que no disfrutaba de esos dones. Su mente enfermiza estaba ocupada en envidiar lo que sus ojos recorrían con odio: un moderno edificio emplazado en una esquina frente a la plaza donde un lujoso cartel rezaba: “SASTRERÍA”...
En este momento salen por su puerta algunas operarias a comer. Van charlando y dejan oír algunas risas. Con ellas va un jovencito de unos trece años, víctima inocente de las consabidas bromas de las muchachas.
Al llegar a la plaza, el niño se sobresaltó pues reconoció en el hombre sentado a su padrastro. Este lo llamó y le recordó el encargue en que lo había instruido la noche anterior. El niño, visiblemente turbado, le entregó una llave de la que el siniestro personaje imprimió afanosamente un molde.
Hecho esto lo miró amenazante y le devolvió la llave mientras le siseaba: ¡Ni una palabra!
Al caer la noche refrescó pues ya estaba adelantado el otoño. Sólo quedan en la plaza algunas parejas que no prestan atención a quien, cubierta su cara con una bufanda camina apresuradamente y en silencio.
Llega a la sastrería y con absoluta precisión abre la puerta, ingresa y cierra.
Lo que sigue es un nudo horrible de los que la vida de vez en cuando produce. El anciano sastre que oye ruidos en el taller, la desesperación del ladrón, la plancha enorme y pesada y el cuerpo de un ser humano hasta ahora dulce y amable yaciendo con el cráneo destrozado en un charco de sangre.
Y aunque parezca mentira hay más: La amenaza de matar a su madre impide la denuncia del niño quien será acusado del crimen.
“Dura lex”...
Hay en santo Pepe una plaza donde juegan los niños de la escuela situada enfrente. Trepan al monumento central, persiguen a las palomas y gritan, gritan, gritan, gritan...
Aún en un pueblo al santo Pepe podían suceder cosas que mostraran la naturaleza humana en su aspecto más miserable: esa exacerbación desesperada del instinto de conservación llamada ambición.
Hay en Sto. Pepe una plaza central que vista superficialmente no difiere de tantas otras plazas de otros tantos pueblos. Sentiríamos indiferencia por sus bancos, sus árboles, sus palomas... O no, si hubiéramos crecido trepando a los leones de su monumento, si hubiéramos sentido el amor por primera vez caminando por sus veredas o si sentados en alguno de sus bancos un amigo nos hubiera consolado de nuestra primera desilusión.
Lugar de descanso de quienes trabajaban en su proximidad, ofrecía su frescura y tranquilidad durante las horas más difíciles del día.
Sin embargo, allí estaba sentado alguien que no disfrutaba de esos dones. Su mente enfermiza estaba ocupada en envidiar lo que sus ojos recorrían con odio: un moderno edificio emplazado en una esquina frente a la plaza donde un lujoso cartel rezaba: “SASTRERÍA”...
En este momento salen por su puerta algunas operarias a comer. Van charlando y dejan oír algunas risas. Con ellas va un jovencito de unos trece años, víctima inocente de las consabidas bromas de las muchachas.
Al llegar a la plaza, el niño se sobresaltó pues reconoció en el hombre sentado a su padrastro. Este lo llamó y le recordó el encargue en que lo había instruido la noche anterior. El niño, visiblemente turbado, le entregó una llave de la que el siniestro personaje imprimió afanosamente un molde.
Hecho esto lo miró amenazante y le devolvió la llave mientras le siseaba: ¡Ni una palabra!
Al caer la noche refrescó pues ya estaba adelantado el otoño. Sólo quedan en la plaza algunas parejas que no prestan atención a quien, cubierta su cara con una bufanda camina apresuradamente y en silencio.
Llega a la sastrería y con absoluta precisión abre la puerta, ingresa y cierra.
Lo que sigue es un nudo horrible de los que la vida de vez en cuando produce. El anciano sastre que oye ruidos en el taller, la desesperación del ladrón, la plancha enorme y pesada y el cuerpo de un ser humano hasta ahora dulce y amable yaciendo con el cráneo destrozado en un charco de sangre.
Y aunque parezca mentira hay más: La amenaza de matar a su madre impide la denuncia del niño quien será acusado del crimen.
“Dura lex”...
Hay en santo Pepe una plaza donde juegan los niños de la escuela situada enfrente. Trepan al monumento central, persiguen a las palomas y gritan, gritan, gritan, gritan...
sábado, 8 de marzo de 2008
TODAVÍA NADIE SABE
Como todos los fines de semana, bajó a la playa con su detector de metales. No perdía la esperanza de encontrar el tesoro que lo ubicaría al tope de la escala social.
Como todos los fines de semana, ignoró el impresionante amanecer, el elegantísimo vuelo de las gaviotas y aún la belleza de una muchacha que corría acompañada de sus perros.
Como todos los fines de semana, no halló nada que valiera la pena. Sin embargo, cuando sin desilusión alguna se preparaba para volver a su casa, algo atrajo su atención. Y aunque no formaba parte de las cosas que consideraba interesante, la recogió. Era una simple semilla de las que arrastra la corriente. No mayor que la uña de su pulgar y de un negro intenso.
Al llegar a su casa la depositó sobre la mesa donde también dejaba el detector y la bolsa que algún día llegaría colmada de monedas de oro. Se felicitó por el hecho de que nadie tocaría sus pertenencias, era otra de las ventajas que le proporcionaba la huída de su mujer años antes.
Monótonamente transcurrió su semana. Como una máquina bien aceitada, atendió el teléfono, pasando a su jefe las llamadas que había aprendido que eran importantes y desestimando diplomáticamente las otras, hizo lo mismo con el correo, salió puntualmente a comer a las 12 hs. sin dolerse demasiado por el rechazo recurrente de su compañera de oficina.
Se abrigó cuando hizo frío, llevó paraguas cuando el informativo predecía lluvia... Y por fin llegó el sábado.
Se levantó sintiendo una vibración especial, una energía inesperada. Rápidamente se vistió, bajó las escaleras y por primera vez en muchos años obvió su desayuno.
Atribuyó su precipitación al entusiasmo por la búsqueda y reconoció que era inédito.
Al llegar a la mesa donde había dejado el detector, su mano se dirigió automáticamente a la semilla de la que se había olvidado por completo.
Sintió un leve estremecimiento pues algo inconciente le obligaba a sembrarla.
Abandonando sus planes anteriores, se dirigió al jardín y eligió un lugar apropiado donde la plantó y regó con esmero.
Este fin de semana transcurrió en forma muy irregular. No bajó a la playa con su detector y se sintió desasosegado.
El lunes volvió a su trabajo como un autómata pero al regresar esa noche, lo primero que hizo fué regar la semilla, acción que se convirtió en ineludible cotidiano.
Al cabo de unos días advirtió que unas timidas hojitas aparecían y redobló sus cuidados desmalezando y eliminando insectos.
La planta crecía muy rápidamente y pronto se hizo evidente que no necesitaba cuidado alguno ya que observó con estupor que primero el césped próximo y luego hasta las plantas más alejadas morían irremediablemente.
Fué invadiéndolo un pánico intolerable y la certeza de que había cometido un error fatal. Decidió que debía cortarla inmediatamente y se dirigió a buscar un machete que tenía en algún lugar... en ese instante sintió la presión inconcebible en su pecho y el dolor bajo el brazo izquierdo...
Como todos los fines de semana, bajó a la playa con su detector de metales. No perdía la esperanza de encontrar el tesoro que lo ubicaría al tope de la escala social.
Como todos los fines de semana, ignoró el impresionante amanecer, el elegantísimo vuelo de las gaviotas y aún la belleza de una muchacha que corría acompañada de sus perros.
Como todos los fines de semana, no halló nada que valiera la pena. Sin embargo, cuando sin desilusión alguna se preparaba para volver a su casa, algo atrajo su atención. Y aunque no formaba parte de las cosas que consideraba interesante, la recogió. Era una simple semilla de las que arrastra la corriente. No mayor que la uña de su pulgar y de un negro intenso.
Al llegar a su casa la depositó sobre la mesa donde también dejaba el detector y la bolsa que algún día llegaría colmada de monedas de oro. Se felicitó por el hecho de que nadie tocaría sus pertenencias, era otra de las ventajas que le proporcionaba la huída de su mujer años antes.
Monótonamente transcurrió su semana. Como una máquina bien aceitada, atendió el teléfono, pasando a su jefe las llamadas que había aprendido que eran importantes y desestimando diplomáticamente las otras, hizo lo mismo con el correo, salió puntualmente a comer a las 12 hs. sin dolerse demasiado por el rechazo recurrente de su compañera de oficina.
Se abrigó cuando hizo frío, llevó paraguas cuando el informativo predecía lluvia... Y por fin llegó el sábado.
Se levantó sintiendo una vibración especial, una energía inesperada. Rápidamente se vistió, bajó las escaleras y por primera vez en muchos años obvió su desayuno.
Atribuyó su precipitación al entusiasmo por la búsqueda y reconoció que era inédito.
Al llegar a la mesa donde había dejado el detector, su mano se dirigió automáticamente a la semilla de la que se había olvidado por completo.
Sintió un leve estremecimiento pues algo inconciente le obligaba a sembrarla.
Abandonando sus planes anteriores, se dirigió al jardín y eligió un lugar apropiado donde la plantó y regó con esmero.
Este fin de semana transcurrió en forma muy irregular. No bajó a la playa con su detector y se sintió desasosegado.
El lunes volvió a su trabajo como un autómata pero al regresar esa noche, lo primero que hizo fué regar la semilla, acción que se convirtió en ineludible cotidiano.
Al cabo de unos días advirtió que unas timidas hojitas aparecían y redobló sus cuidados desmalezando y eliminando insectos.
La planta crecía muy rápidamente y pronto se hizo evidente que no necesitaba cuidado alguno ya que observó con estupor que primero el césped próximo y luego hasta las plantas más alejadas morían irremediablemente.
Fué invadiéndolo un pánico intolerable y la certeza de que había cometido un error fatal. Decidió que debía cortarla inmediatamente y se dirigió a buscar un machete que tenía en algún lugar... en ese instante sintió la presión inconcebible en su pecho y el dolor bajo el brazo izquierdo...
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