jueves, 21 de julio de 2011

soledad...

Cada tanto se la veía caminando por las calles de Sto. Pepe. Su vestido que alguna vez fué blanco, los cachetes pintarrajeados, el agujero ominoso donde antes, tal vez, hubo una sonrisa resplandeciente, y sobre todo los ojos en los que se adivinaba la pasada cordura, ponían una nota inquietante en las calurosas y monótanas siestas del verano pepeño.
Nunca pude saber a que se debió su locura. Circulaban fantasiosas versiones acerca de su pasado pero como coincidían con historias mil veces repetidas no les di crédito.
Hubiera sido difícil crear un aspecto más patético pero ella lo logró, siempre llevaba en su mano una flor... Provocaba ternura pero su aire ajeno nos decía que nadie podía entrar en su mundo. Yo hubiera hecho cualquier cosa por arrancarle una sonrisa que la devolviera a la vida.
Sin embargo una vez, solo una vez, sonrió... Por escasos minutos me lo perdí.
Pasando de madrugada frente al velatorio municipal, advertí que algo raro sucedía ya que entraba y salía gente rápidamente y hablando fuerte, cosas inadmisibles en un sitio así.
Obedeciendo a mi pepiana curiosidad crucé la calle y pregunté...
-”No lo va a creer, estaban velando a Juana la loca y de repente se sentó en el cajón, miró a su alrededor, vió las velas, las flores... y sonrió. Después cayó hacia atrás, esta vez muerta de verdad”

4 comentarios:

andal13 dijo...

Se non è vero...

Si Santo Pepe no existiera, habría que inventarlo.

juan pascualero dijo...

Andrea: Quizá haya algún retoque en la forma ("licencia poética" queda mejor)pero la anécdota, como todas las de sto. Pepe es verídica.Un beso.

Beatriz Barrios dijo...

Yo te creo. Sto. Pepe existe, como existió esa dama.
Al fin logró lo que quería: volver a sonreír para irse en paz.
Me encantó el relato!

juan pascualero dijo...

Bea: Gracias, un elogio de parte de alguien sensible como vos es muy bienvenido.-